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| Madera, corcho, alambre y acrílico. | 
Senza paura. Ornella,Vinicius,Toquinho.
Las noches de luna llena mis hermanos me hablaban de hombres lobo, casas  encantadas y muertos vivientes (sabían  que yo era un miedica). Hasta que llegaba mi madre, una profesional de  las collejas. Las administraba con tino y gran sentido de la proporción.  Fuás fuás. Una pa ti y dos pa ti. Ea, pa la cama.  
Sólo  una vez viajé en El  Tren de la Bruja. Borrascas de algodón rosa que se  deshacían en la boca me esperaban al final del trayecto. Eso dijeron  para que me sentara en aquel carricoche diabólico que, de inmediato, empezó  a ser engullido por el oscuro túnel.  Los latidos desbocados de mi  pecho, convertido en una olla exprés, es  todo lo que recuerdo de mi  primer viaje a los infiernos donde Satán lucía  bata negra, nariz con  verruga y un tridente con forma de escoba. Una  lipotimia dejó mi  corazón en stand by y nunca supe si mis hermanos sintieron   algún temor mientras la bruja les propinaba escobazos, pero me consta   que el episodio del tren se convirtió en el gran susto de sus vidas. 
Después de muchos años, cuando ya creía tener superados los miedos que poblaban mi infancia, acepté una invitación a una atracción de feria. El túnel del terror, la llamaban. Lo último para secretar adrenalina, rezaba la propaganda. Advertí a mis acompañantes que no me dejaran solo, por si acaso, aunque nada más entrar los perdí de vista. Alguien me empujó a las tinieblas de un averno de mentirijillas donde María Antonieta, histérica (y no era para menos), gritaba junto a un encapuchado que, sin piedad, dejó caer el pesado acero de la guillotina sobre su cuello. La cabeza rodó hasta mis pies y, a partir de aquel momento, el pánico ya no me abandonó. Mi corazón volvió a las andadas: más que latir, perecía bailar una frenética danza satánica. Un señor de camisa blanca trató de tranquilizarme con una palmadita en la espalda. Mal hizo, porque ya no me separé ni un segundo de él.
La  cabeza rodante fue sólo el  aperitivo; cuando se descorrió una cortina y  apareció La Niña del  Exorcista, mis gritos aterrorizaron a la  enfermiza criatura y el chamán, vestido de cura, me miró con ojos  desorbitados pensando  que quien más necesitaba de sus conjuros era yo.    
El  malo de La Matanza de Texas paró  la motosierra y me susurró al oído algo así como que me tranquilizara, que mi corazón estaba en riesgo. Presa del pánico, me agarré a la camisa blanca de mi buen samaritano implorando protección (tranquilo,  tranquilo -me decía- mientras el cabrón de su  hijo adolescente se moría de risa). 
Cuando  ya pensaba que el recorrido  estaba cercano al fin, un aliento frío se  posó en mi nuca: era el vampiro que faltaba en el catálogo de  atrocidades. El alarido que proferí me dejó afónico. Me   notaba descompuesto. Mis   manos, aferradas al cinturón de mi protector, chorreaban  sudor. Caí al suelo. El vampiro se acercó para ayudarme mientras yo le gritaba ¡veeete!  ¡déjameeee! Él, con sus manos de largas uñas tendidas hacia mí, insistía. Yo seguía arrastrándome, como un cangrejo marcha atrás, a velocidad olímpica. El cónclave de monstruos, preocupados por mi integridad, fueron acercándose formando un círculo a mi alrededor (el verdugo, Freddy Krueger, un licántropo, el de la motosierra y dos vampiros). Estuve a un tris de desmayarme. Pero no, amigos, esta vez no me desmayé. Aguanté como un … ¿valiente?
Si vais disfrazados de vampiro, versión NOSFERATU, creedme, es mejor que no intentéis ayudar a nadie a levantarse del suelo, sobre todo si es de noche.

9 comentarios:
Buenísimo, Caru. El miedo es libre.
Que bien se entrevera la letra de la canción con tu historia.
Bossanova con Martini. ¡Vaya cocktail!
Jajajajajajajja... te entiendo perfectamente mi querido Caru. Yo he sido una miedosa de pro. De hecho, lo sigo siendo aunque lo encunbro tanto como puedo.
Pero el otro día me sorprendí a mí misma cuando, estando en casa de una amiga hasta las tres de la mañana le pedí por favor que me acompañase a casa, que no me atrevía a ir sola. Ella no salía de su asombro ni yo de mi vergüenza. Pero se prestó a llevarme con coche. Lo peor de todo es que vivimos a tres minutos la una de la otra. Pero estaba oscuro... era de noches... no había nadie... con lo que podría haber alguien... ¡Puto miedo!
Un beso y ¡niño! ven más amenudo jopetas! Muaaaaaaaaaaaaa,
Muy bueno.
Muy curioso que temamos más a lo que ¿no existe? que a los peligros reales. No pienso hablar de mis terrores, pues no quiero ponerme en sus malignas manos: Sabe dios qué le ha hecho usted al pobre sujeto de la imagen.
Muy pertinente el enlace con las sugestivas y eruditas reflexiones del Sr. Sonámbulo, que por supuesto ya había leído; con mucho deleite pero escaso aprovechamiento.
Muy interesante la música, que me he de quedar, joven.
Salud.
Vaya, también dominas las artes tridimensionales... Qué envidia te tengo, jodío.
Yo de pequeño también era bastante caguetas: en los túneles terroríficos y en la vida real. Tanto lo era que cuando se me acercaba un perro, por muy pequeño y cariñoso que pudiese parecer, yo salía corriendo. Con el tiempo tal vez siga siéndolo en la vida real, pero en lo referente a los trucos de feria lo que me gusta es tratar de adivinarles los mecanismos, y ese tipo de cosas. Y mis hijas han debido de salir a mí, porque cuando eran pequeñas y había que acompañarlas en ese tipo de cacharros en poco tiempo sustituyeron el miedo por la curiosidad técnica.
En fin, que soy un cínico del horror.
Juajajua... tendrá en cuanta tu consejo.
¡Y pensar que hay gente que paga encantada por pasar miedo! ¡Cómo somos los humanos!
No me verás nunca vestido de Nosferatu... que me da muchísimo miedo!!
Besicos
jajajaaaaaaaaaaaa como me he reido.
Un texto muy divertido,casi me he refugiado detrás de ti y del de la camisa blanca, lo has contado con tanto realismo que uff, que susto!!
Eso del miedo es universal, jejeje.
Siempre disfruto con la música que aportas y hoy además hay una escultura muy original.
Un placer como siempre.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios.
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