Cuando me
pinché con aquel uso en los talleres de Palacio me entró tal
sopor...
Qué
bien, pensé. Por fin voy a caer en brazos de Morfeo (los chicos de
Palacio siempre tiramos de mitología en nuestras metáforas). Es
decir, me entró una modorra... Modorra impropia de mí, ya que desde
niño he sido insomne, y cuando consigo dormir mi recurrente pesadilla es estar despierto (insana
envidia le he tenido siempre al enano dormilón). Por el contrario, mis
mejores sueños están plagados de interminables siestas.
Pero
sigamos con el cuento.
En
todo momento creí -como la tradición manda- que alguien vendría a
despertarme. Pero nadie vino, no. Ni príncipe, ni princesa, ni la
madre que los parió.
Hasta
que un día de furiosa tramontana (viento que nos tiene medio
tarumbas) me desperté yo solito, asustado por el frufrú de cien
banderas cuatribarradas, para descubrir que el país donde dormí
todo este tiempo, más que la Tierra Prometida o un país de cuento,
era un país de cuentistas.
Y colorín colorado...
Pero
ya ven ustedes. He tardado menos en despertar que la narcoléptica princesa (¿100 años durmió?), aunque el uso con el que me pinché lo
guardo en la mesita de noche, junto a los condones, para volver a
abandonarme, si el ambiente se pusiera más insoportable de lo que
está, en los brazos del señor Morfeo.
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Hoppers' shadows. Tiza y alambre. |
(Aunque también podría llamarse "Anatomía radiológica del nacionalismo: tiza, alambre y sombra".)
Sólo para atrevidos (tarda 8 segundos en sonar)